El Cristo consolador.
Allan Kardec
- El yugo ligero
Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados y yo os aliviaré. –Traed mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que manso soy y humilde de corazón: y hallaréis reposo para vuestras almas. - Porque mi yugo suave es, y mi carga ligera. (San Mateo, cap. XI, v. 28, 29 y 30).
Todos los sufrimientos, miserias, desengaños, dolores físicos y pérdidas de seres queridos, encuentran su consuelo en la fe del porvenir y en la confianza en la justicia de Dios que Cristo vino a enseñar a los hombres. Para el que nada espera después de esta vida, o que simplemente duda, al contrario, las aflicciones caen sobre él con todo su peso y ninguna esperanza viene a endulzar su amargura. Esto es lo que hizo decir a Jesús "venid a mí, todos los que estáis trabajados, y cargados y yo os aliviaré".
Sin embargo, Jesús pone una condición a su asistencia y a la felicidad que promete a los afligidos, esta condición está en la ley que enseña; su yugo es la observancia de esta ley, pero aquel, es ligero y éste suave, puesto que impone por deber el amor y la caridad.
- Consolador prometido
Si me amáis, guardad mis mandamientos. - Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que more siempre con vosotros. - El espíritu de la verdad a quien no puede recibir el mundo, porque ni lo ve, ni lo conoce; mas vosotros lo conoceréis; porque morará con vosotros, y estará en vosotros. - Y el Consolador, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mí nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo aquello que yo os hubiese dicho. (San Juan. cap. XIV, v. 15, 16, 17 y 26).
Jesús promete otro Consolador; es el "Espíritu de la Verdad", que el mundo no conoce aún, porque no tiene la suficiente madurez para comprenderle y que el Padre enviará para enseñar todas las cosas y para recordar lo que Cristo dijo. Sí, pues, el Espíritu de Verdad debe venir más tarde a enseñar todas las cosas, es porque Cristo no lo dijo todo: si viene a recordar lo que Cristo dijo, es porque lo habrán olvidado o comprendido mal.
El Espiritismo viene en el tiempo señalado a cumplir lo que Cristo prometió; el Espíritu de Verdad preside a su establecimiento, llama a los hombres a la observancia de la ley y enseña todas las cosas haciendo comprender lo que Cristo sólo dijo en parábolas.
Cristo dijo: "que oigan los que tengan oídos para oír", el Espiritismo viene a abrir los ojos y los oídos, porque habla sin figuras y sin alegorías; levanta el velo que dejó ex profeso sobre ciertos misterios, y viene, por fin, a traer un consuelo supremo a los desheredados de la tierra y a los que sufren, dando una causa justa y un objeto útil a todos los dolores.
Cristo dijo: "Bienaventurados los afligidos porque ellos serán consolados", pero ¿cómo se puede ser feliz, sufriendo sí no se sabe por qué se sufre? El Espiritismo enseña que la causa está en las existencias anteriores y en el destino de la tierra, donde el hombre expía su pasado; enseña también su objeto, indicando que los sufrimientos son como las crisis saludables que conducen a la curación y que son la depuración que asegura la felicidad en las existencias futuras. El hombre comprende que ha merecido sufrir y encuentra justo el sufrimiento; sabe que este sufrimiento ayuda a su adelantamiento y lo acepta sin murmurar, como el trabajador acepta el trabajo que debe valerle su salario. El Espiritismo le da una fe a toda prueba en el porvenir, y la duda punzante no tiene acceso en su alma; haciéndole ver las cosas de lo alto, la importancia de las vicisitudes terrestres se pierden en el vasto y espléndido horizonte que abraza; y la perspectiva de la felicidad que le espera le da paciencia, resignación y valor para marchar hasta el término del camino.
De este modo el Espiritismo realiza lo que Jesús dijo del Consolador prometido: conocimiento de las cosas que hace, que el hombre sepa de dónde viene y a dónde va y por qué está en la tierra; recuerdo de los verdaderos principios de la ley de Dios y consuelo por la fe y la esperanza.
* INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS
- Advenimiento del Espíritu de Verdad
Vengo, como en otro tiempo, entre los hijos descarriados de Israel, a traeros la verdad y a disipar las tinieblas. Escuchadme. El Espiritismo, como otras veces mi palabra, debe recordar a los incrédulos que sobre ellos reina la verdad inmutable, el Dios de bondad, el Dios grande que hace crecer la planta y levantar las olas. Yo revelé la doctrina divina; yo, como un segador, até en haces el bien esparcido por la humanidad, y dije: Venid a mí, vosotros los que sufrís.
Pero los hombres ingratos se desviaron del camino recto y ancho, que conduce al reino de mi Padre y se han extraviado en los ásperos senderos de la impiedad. Mi padre no quiere aniquilar la raza humana; quiere que, ayudándoos unos a otros, muertos y vivos, es decir, muertos según la carne, porque la muerte no existe, os socorráis, y que no ya la voz de los profetas y de los apóstoles, sino la voz de aquellos que ya no existen, se haga oír para gritaros: ¡rogad y creed! porque la muerte es la resurrección, y la vida es la prueba elegida, durante la cual vuestras virtudes cultivadas deben crecer y desarrollarse como el cedro.
Hombres débiles que comprendéis las tinieblas de vuestras inteligencias, no alejéis la antorcha que la clemencia divina pone en vuestras manos para iluminar vuestro camino, y conduciros como niños perdidos al regazo de vuestro Padre.
Estoy demasiado conmovido de compasión por vuestras miserias, por vuestra inmensa debilidad, para no tender una mano caritativa a los desgraciados extraviados que, viendo el cielo, caen en el abismo del error. Creedme, amad, meditad las cosas que se os revelan; no mezcléis la zizaña con el buen grano, las utopías con las verdades.
¡Espiritistas! amaos: he aquí el primer mandamiento; instruíos: he aquí el segundo. Todas las virtudes se encuentran en el Cristianismo; los errores que se han arraigado en él son de origen humano; y he aquí que desde más allá de la tumba donde creíais encontrar la nada, hay voces que os gritan: ¡Hermanos! nada perece: Jesucristo es el vencedor del mal; sed vosotros los vencedores de la impiedad. (El Espíritu de Verdad. París, 1860.)
Vengo a enseñar y a consolar a los pobres desheredados; vengo a decirles que eleven su resignación al nivel de sus pruebas; que lloren, porque el dolor fue consagrado en el Huerto de los Olivos; pero que esperen, porque los ángeles consoladores vendrán también a enjugar las lágrimas.
Trabajadores, trazad vuestro surco; por la mañana continuad el trabajo rudo de la víspera; el trabajo de vuestras manos proporciona el pan terrestre a vuestro cuerpo, pero vuestras almas no están olvidadas: y yo, el divino jardinero, las cultivo en el silencio de vuestros pensamientos. Cuando haya sonado la hora del descanso, cuando el estambre se escape de vuestras manos y cuando vuestros ojos se cierren a la luz, sentiréis brotar y germinar en vosotros mi preciosa semilla. Nada se pierde en el reino de mi Padre, y vuestros sudores y vuestras miserias forman el tesoro que debe haceros ricos en las esferas superiores, en donde la luz reemplaza a las tinieblas y en donde el más desnudo de vosotros puede que sea el más radiante de luz.
En verdad os digo, que los que llevan su carga y socorren a sus hermanos, son mis muy amados: instruíos en la preciosa doctrina que disipa el error de las revoluciones y que os enseña el objeto sublime de la prueba humana. Así como el viento barre el polvo, que el soplo de los espíritus disipe los celos contra los ricos del mundo, que a menudo son muy miserables, porque sus pruebas son más peligrosas que las vuestras.
Estoy con vosotros, y mi apóstol os enseña. Bebed en el manantial vivo del amor, y preparaos, cautivos de la vida, a lanzaros un día libres y alegres en el seno del que os ha creado débiles para haceros perfectibles, y quiere que vosotros mismos modeléis vuestra blanda arcilla a fin de que seáis los artífices de vuestra inmortalidad. (El Espíritu de Verdad. París, 1861.)
Soy el gran médico de las almas y vengo a traeros los remedios que deben curarlas; los débiles, los que sufren y los enfermizos, son mis hijos predilectos, y vengo a salvarles. Venid, pues, a mí, todos los que sufrís y estáis cargados, y seréis aliviados y consolados; no busquéis en otra parte la fuerza y el consuelo, porque el mundo es impotente para daros estas cosas. Dios hace un llamamiento a vuestros corazones por medio del Espiritismo: escuchadle. Que la impiedad, la mentira, el error y la incredulidad, sean extirpados de vuestras almas doloridas; estos son monstruos que chupan vuestra más pura sangre, y os hacen llagas casi siempre mortales. En el porvenir, humildes y sumisos al Criador, practicaréis su ley divina. Amad y orad; sed dóciles a los espíritus del Señor, invocadle en el fondo de vuestro corazón, y entonces os enviará a su hijo muy querido para instruiros y deciros estas buenas palabras: Heme aquí; vengo a vosotros, porque me habéis llamado. (El Espíritu de Verdad. Bordeaux, 1861.)
Dios consuela a los humildes y da fuerza a los afligidos que se la piden. Su poder cubre la tierra, y en todas partes al lado de una lágrima, hay un bálsamo que consuela. El sacrificio y la abnegación son una continua oración y encierran una enseñanza profunda: la sabiduría humana reside en esas dos palabras. Que todos los espíritus que sufren puedan comprender esta verdad, en vez de clamar contra los dolores y los sufrimientos morales que son vuestro lote en la tierra. Tomad, pues, por divisa, estas dos palabras: "sacrificio y abnegación", y seréis fuertes, porque ellas resumen todos los deberes que imponen la caridad y la humildad. El sentimiento del deber cumplido os dará el reposo del espíritu y la resignación. El corazón late mejor, el alma se calma y el cuerpo no desfallece: porque el cuerpo sufre tanto más cuanto el espíritu está más profundamente herido. (El Espíritu de Verdad. Havre, 1863.).
Extracto de: EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO - ALLAN KARDEC
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