Los Vientos.

V.B. Anglada


Los Vientos, desde el dulce céfiro y la ligera brisa a los grandes huracanes, son siempre “aire en movimiento”, estando determinadas su rapidez e intensidad por la calidad y cantidad de las fuerzas dévicas que se hallan en su base, es decir, de los Silfos del Aire. El aire que respiramos es esencialmente éter, aunque modificado para que pueda convertirse en sustancia etérica, portadora de vida pránica para nuestro organismo físico. Deberemos volver aquí a cuanto dijimos anteriormente acerca de las leyes de polaridad que gobiernan el mundo y el Universo entero, en el sentido de considerar nuestros pulmones como receptores de la energía positiva y negativa del aire que respiramos, siendo los movimientos de inhalación y exhalación sus expresiones físicas o sensibles, en tanto que las pausas o intervalos entre los períodos de inhalación y exhalación constituyen el aspecto neutro o armonizador de la actividad respiratoria.(*)
(*) El estudio y la inteligencia práctica de las pausas o intervalos respiratorios pueden depararle al aspirante espiritual la clave de la armonía psíquica.

Como podremos observar, la polaridad se halla por doquier, singularmente cuando examinamos el cuerpo físico del hombre, el cual es un fiel exponente de dicho principio, siendo un verdadero acumulador de fuerza eléctrica, mental y psíquica que desgraciadamente no siempre sabe aprovechar. Retornando al fenómeno del viento como un resultado del movimiento del aire, deberemos insistir en que la vida de la Naturaleza está regida por la actividad de los cuatro elementos conocidos de tierra, agua, fuego y aire, más el elemento esencial o etérico que los cualifica y unifica. Tales elementos están ocultamente integrados por una prodigiosa cantidad de pequeñísimos devas, los cuales pueden ser observados clarividentemente en el ejercicio de su labor en el interior del particular elemento etérico que constituye su morada, o cuando trabajan conjuntamente con los devas de los demás elementos para producir determinados fenómenos geológicos o atmosféricos.

El viento, ocultamente considerado, es creado por el desplazamiento de los silfos del aire, y cuando se produce un gran vendaval, un huracán o un tornado de gigantescas proporciones pueden ser observadas incalculables concentraciones de Silfos, pero también grandes y poderosos Devas del Aire, Agentes de los Señores del Karma, que “imprimen voluntad kármica” al proceso de liberación de energías que está llevándose a cabo. Una tromba marina es un fenómeno atmosférico realizado por los Devas del Océano, esotéricamente denominados Neptunos, y Silfos del Aire, y si un huracán o un tornado vienen precedidos por grandes descargas eléctricas es indicación de que intervienen también en aquella actividad los Agnis del Fuego. Lo mismo puede decirse con respecto al fenómeno de una lluvia torrencial con descargas eléctricas y viento huracanado, en el que es posible percibir ocultamente la acción mancomunada de los Devas del Agua, del Aire y del Fuego.

La presencia de Grandes Devas en el desarrollo de un fenómeno de la Naturaleza es siempre indicación de que a través del mismo se exterioriza parte de un proceso kármico que fatalmente ha de cumplirse. Así, y visto el proceso desde el ángulo esotérico, nos equivocamos cuando a raíz de las dolorosas consecuencias de un fenómeno geológico o atmosférico decimos: “... fue provocado por las fuerzas ciegas de la Naturaleza”. No existen fuerzas ciegas dentro del orden natural establecido por las sabias leyes de la Creación. Sería mejor, en orden a nuestro estudio, que en lo sucesivo reemplazásemos dicha locución por la de “fuerzas desconocidas”.

Además, ¿qué es lo que sabemos acerca del karma planetario, afectando a veces la totalidad de una Raza, de un Reino, de una definida especie o de un extensísimo continente? Sólo conocemos, y aún muy imperfectamente, las incidencias que se relacionan con nuestro pequeño karma personal; desconocemos todavía y casi por completo a “los agentes kármicos” de la Naturaleza, es decir a las infinitas legiones de seres invisibles poblando los inconmensurables espacios que son los agentes kármicos de la vida planetaria. Y tales agentes kármicos son los Ángeles, los Devas, los Señores del Éter y los grandes Amigos del hombre si éste puede llegar a comprender un día la grandeza de la Ley y el amoroso destino que a todos tiene reservado. Las líneas maestras de este Tratado intentan demostrar que la única y verdadera misión del ser humano en la vida es establecer las bases de la Fraternidad aquí en la Tierra y que los Ángeles en todas sus posibles huestes y jerarquías le ayudarán siempre en el cumplimiento de este sagrado objetivo. Tal es la Ley y el Destino que ha de cumplirse.


Vicente Beltran Anglada

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